domingo, 30 de noviembre de 2025

Tango satánico, por László Krasznohorkai

 


Tango satánico, de László Krasznohorkai

Editorial Acantilado. 302 páginas. 1ª edición de 1985, esta es de 2025

Traducción de Adan Kovascsics

 

A principios del verano de 2025, me escribió un mail una representante de prensa de la editorial Acantilado para ofrecerme el envío de una novedad de la editorial, a petición del propio autor. Desde hace ya tiempo es frecuente que autores y editores me escriban para que lea sus libros y escriba reseñas sobre ellos o grabe vídeo reseñas. Es una tarea que me resulta inviable; yo tengo un trabajo que poco tiene que ver con el periodismo cultural y, en mi escaso tiempo libre, necesito elegir mis lecturas para poder disfrutar de mi afición. Así que rechace ese libro y le comenté a la encargada de prensa de Acantilado que, sin embargo, sí me gustaría solicitarle alguna novela de László Krasznohorkai (Gyula, Hungría, 1954), un autor del que había empezado a oír a hablar hacía unos años, vinculado al hecho de que había estado sonando su nombre en las quinielas de los Premios Nobel durante los últimos años y que, como ya sabemos, lo ha acabado ganador este octubre  de 2025. Al final quedamos en que me enviaban dos novelas: Tango satánico (1985) y El barón Wenckheim vuelve a casa (2016). 

 

Empecé por Tango satánico, que es su primera novela y me parecía la más indicada. La novela se compone de doce capítulos, divididos en dos partes. En la primera, la numeración de los capítulos avanza del uno al seis y en la segunda, al revés, desde el seis hasta el uno. De este modo, Krasznohorkai crea una estructura circular en su novela, que parece imitar, en cierto modo, los movimientos repetidos de un baile. Un baile que, de modo real, y no metafórico, se producirá en el último capítulo de la primera parte y que dará comienzo al primer capítulo de la segunda.

 

En el primer capítulo conoceremos a Futaki que se despierta en la noche al oír unas campanas. No existe cerca ningún campanario en uso que justifique el sonido de esas campanas. De este modo, el lector tendrá la sensación de que existe un trasfondo fantástico en Tango satánico. Llama la atención, según se empieza a leer el libro, la longitud de la primera frase, que se arrastra por el papel durante más de media página. Este va a ser un rasgo de estilo muy característico del autor: las frases muy largas, con muchas subordinadas que se enroscan sobre sí mismas, matizando la información. Esto conlleva que el lector deba prestar a lo leído más atención que a un libro escrito en un estilo más sencillo. Ningún esfuerzo, en cualquier caso, que tenga que asustar a ningún lector y que quedará recompensado por lo rico y vivo de la escritura.

 

Futaki, junto con el resto de personajes de la novela, vive en un lugar denominado «la explotación», un lugar semiabandonado que, en el pasado, se insinuaba que era el espacio de una fábrica o explotación minera o ganadera próspera, pero que, en los últimos tiempos, ha entrado en decadencia y de la que han huido la mayoría de sus antiguos habitantes. Sin embargo, algunos de sus antiguos trabajadores aún viven en esta «explotación», a la espera, quizás, de que vuelva a ella la prosperidad y el trabajo. De este modo, Futaki, un hombre mayor con una cojera, vive en un cuarto de máquinas oxidadas, y en este primer capítulo de la novela le conoceremos compartiendo cama con la señora Schmidt, mientras su marido se encuentra fuera de casa. Aunque la antigua producción de la «explotación» (nunca llegaremos a saber cuál fue) ha desaparecido, gracias a algunas actividades con el ganado, los habitantes de este lugar consiguen sacar algún dinero.

Desde el principio, el mal tiempo va a estar presente en la novela: frío, lluvias perennes, caminos embarrados… se imponen en la creación de escenas de la novela con fuerza. Tango satánico es más una novela de atmósfera que de trama. En cierto modo, los personajes derrotados y carcomidos por la molicie de Krasznohorkai me han recordado a los de Juan Carlos Onetti; incluso el espacio físico de «la explotación» me ha recordado al de El astillero.

También se hablará del castillo de los Weinckheim, como de un lugar abandonado, en los confines de la explotación. He sospechado que tal vez este castillo tiene algo que ver con el barón Wenckhiem de la novela El barón Wenckhiem vuelve a casa. Aunque existe una letra de diferencia, quizás Krasznahorkai une, de algún modo, sus dos obras.

 

Desde el primer capítulo, en el que se nos presenta a Futaki, se nos insinúa que algo está a punto de cambiar. Irimiás y Petrina, dos antiguos trabajadores de la explotación, han sido vistos cerca y parece que se están dirigiendo hacia allí. La peculiaridad de Irimiás y Petrina es que, según los habitantes que quedan en la explotación, están muertos. Creen que murieron en un accidente de coche. Por tanto, estos habitantes de la explotación vivirán convencidos de que se trata de una resurrección, lo que por un lado, les generará miedo, pero también esperanza. Ya que Irimiás era un antiguo líder, y su presencia de nuevo en la explotación podría significar que esta podría volver a funcionar como en los viejos tiempos.

Como ya se puede intuir, existe en Tango satánico un trasfondo religioso. Ya he dicho que Futaki se despierta en la noche oyendo unas campanas, y piensa en una cercana iglesia abandonada. Cree que el sonido no puede proceder de ahí, precisamente porque la iglesia ya no está en uso e intuye que sus campanas habrán desaparecido. Quizás estas campanas que vuelven a la vida desde el pasado, estén anunciando la vuelva a la vida de Irimiás y Petrina.

En este primer capítulo, Krasznahorkai nos irá dando más pistas sobre una posible interpretación religiosa de su libro: las campanas que han despertado a Futaki le harán pensar en presagios funestos de muerte. En la página 10 (segunda de la novela) leemos: «Se vio a sí mismo en una cruz de madera formada por la cuna y el ataúd».

 

Al principio, pensaba que la novela iba a seguir los pasos de Futaki, al que consideraba (sin fundamento) que iba a ser el personaje principal, pero no ocurre así. Durante la primera parte, en cada uno de sus seis capítulos se nos van a ir presentando a personajes nuevos, que suelen interactuar con los anteriores, hasta que todos, o casi todos, acaban en la fonda de la antigua explotación borrachos, bailando el «tango satánico» que promete el título.

 

Me ha gustado especialmente el capítulo tres, donde se habla del doctor; un personaje que pasa en la explotación por culto, y que se dedica a emborracharse y leer libros, principalmente sobre la historia de Hungría (al final sabremos que, como ya sospechábamos, pero nadie nos había confirmado, la historia está ambientada en el país natal del autor), frente a una de las ventanas de la casa. En este lugar también escribirá un diario. El lector tendrá la sensación de que lo que el doctor escribe en el diario no es exactamente una constatación de lo que observa, desde la ventana, sobre sus vecinos, sino que él mismo crea los movimientos de estos otros personajes que no puede estar viendo. Es decir, la novela juega con la idea de que este personaje, que conocemos en el capítulo tres, es el creador de las acciones de los otros personajes, una idea que se acentuará al final del libro.

Tango satánico es una novela que funciona con varios niveles de significación; una significación, en cualquier caso, que debe ser interpretada por el lector y que juega premeditadamente a la ambigüedad. De este modo, el lector no llegará a estar seguro de si Irimiás y Petrina en realidad murieron en un accidente de coche o simplemente se fueron de la explotación, y la gente creyó que habían tenido un accidente de coche, y ahora regresan.

 

Ya he comentado que las campanas iniciales, que no parecen provenir de ningún sitio, y que no solo Futaki escucha, ya que lo harán también otros personajes, le hacen pensar al lector, que nos encontramos con una novela de tintes fantásticos; pero esto no acabará de terminar de quedar claro. Quizás son los personajes del libro, bajo cuya mirada fantástica nos encontramos, los que creen ver esta irrealidad en el mundo que los rodea y esta no exista. El fondista, por ejemplo, cree que en su fonda, cada vez que se da la vuelta aparecen telarañas, que por más que se esfuerza no puede acabar de eliminarlas y nunca puede ver a las arañas. Todos estos elementos, fantásticos o no, dan a la novela un aire onírico, de corte kafkiano. Franz Kafka es una de las grandes influencias de esta novela.

 

La señora Halics, otro de los personajes de la novela, que se acabará refugiando en la fonda, lee la Biblia, sobre todo las páginas del Apocalipsis, mientras todos esperan la llegada (o el Advenimiento) de Irimiás y Petrina, quizás resucitados de entre los muertos.

 

Me han resultado especialmente espeluznantes las páginas del capítulo cuatro, en las que conocemos a una niña, quizás con algún problema mental, que acaba pagando sus frustraciones vitales con un gato. La descripción de la violencia sobre el animal es terrible. 

 

En la segunda parte, quizás los personajes puedan redimirse de sus males y tener esperanzas cuando puedan realmente contactar con Irimiás.

 

Tango satánico, publicada en 1985, y por tanto en los estertores del comunismo, nos plantea una alegoría sobre la vida bajo el yugo de este tipo de regímenes. Una alegoría sobre la falta de esperanzas y la tristeza, en la que, quizás, la única esperanza para el individuo sea comulgar con el estado y convertirse en un confidente de sus conciudadanos.

Esta segunda parte contiene más de un capítulo desconcertante y que juega a romper con la lógica narrativa de la obra. Por ejemplo, nos encontraremos aquí con unos personajes, que aparecen por primera vez, que leen informes. ¿Están leyendo las páginas que ha escrito el doctor sobre los otros personajes y los están juzgando por ellas? No acaba de quedar claro. Como ya he apuntado, el nivel de ambigüedad sobre lo contado es fuerte.


Tango satánico es la primera novela de Lászlo Krasznahorkai. Se publicó el año en el que el autor cumplía treinta y un años, y es una obra muy lograda, una obra que, en ningún caso, parece la obra de un escritor primerizo. Tango satánico es una obra densa, tanto por su forma narrativa, escrita con frases muy extensas, con gran profusión de subordinadas y matizaciones de la frase principal, como en su flujo de ideas y de niveles narrativos de interpretación. Me ha parecido un gran libro Tango satánico. Según escribo estas palabras estoy leyendo Guerra y guerra (1999), la cuarta novela de Krasznahorkai, que saqué de una biblioteca pública. Ya hablaré de ella.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Tardes tontas con la chica que te gusta, por Alberto Olmos


 Tardes tontas con la chica que te gusta, de Alberto Olmos

Editorial Círculo de Tiza. 281 páginas. 1ª edición de 2025

 

Ya he comentado más de una vez que conozco a Alberto Olmos (Segovia, 1975) y que quedo en algunas ocasiones con él. Nos conocemos en persona desde la época de los blogs, y yo le había leído a finales del siglo XX, cuando quedó finalista del Premio Herralde con A bordo del naufragio en 1998. Desde entonces, he leído casi todos sus libros, aunque es cierto que aún tengo pendiente su anterior recopilación de artículos en la editorial Círculo de Tiza, Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad (2020), detalle que tiene que ver con mi desbarajuste de lecturas. Como este último libro lo compré, tiene menos prioridad en mi mente leerlo que los que solicito a las editoriales. En este caso, Tardes tontas con la chica que te gusta (2025) me lo regaló Olmos en mano y esto ha hecho que su lectura cobrara prioridad ante el otro.

 

Tardes tontas con la chica que te gusta es una recopilación de artículos aparecidos sobre todo en El Confidencial, The Objetive y Zenda, más alguno inédito. De hecho, recordaba más de un texto de haberlo leído en internet cuando apareció.

 

El libro está dividido en cuatro secciones: Los cuerpos, El amor, Los hijos y El divorcio. Olmos ha agrupado los artículos por temáticas y, como veremos, el conjunto resulta bastante coherente.

 

El libro empieza con un artículo titulado Cuando nos gustaban las chicas, que actúa como un prólogo al libro, ya que no está incluido en ninguna de las secciones que he nombrado antes. Olmos habla en él de los años noventa, cuando en las películas y en la conciencia colectiva se pensaba que los chicos tenían que ligar con las chicas siendo divertidos e ingeniosos al hablar con ellas. En este texto, ya podemos apreciar un recurso que Olmos usará en muchos otros: invertir el orden lógico de un razonamiento. Así escribe: «Hablar mucho para ligar podía significar lo contrario: que se ligaba para hablar mucho, por oírse la inteligencia y el humor, por hacer la conversación y no el amor». (pág. 18)

 

En el primer artículo de Los cuerpos revivimos los días de la pandemia, y Olmos reflexiona sobre la belleza y la fealdad de los rostros, y del deseo de ocultarlos tras las mascarillas. Todos los artículos de este libro –como en gran medida requiere el género– están muy apegados a realidades históricas muy concreta, pero también contienen reflexiones sobre la vida que consiguen ser universales.

A partir del quinto tatuaje, es grave es un texto que ya había leído y lo recordaba porque me resultó muy divertido. El humor y el derroche de ingenio van a ser otros de los rasgos característicos de estos artículos. Así leeremos: «Como Javier Marías no puede pronunciarse, lo haré yo: me molestan los tatuajes», evocando una época en la que Marías parecían pontificar de todo desde su sección del El País.

 

Usando ese recurso que comentaba antes de dar la vuelta a la lógica de dos premisas, en la página 30 leemos: «La erótica del poder ha cambiado, en el sentido de que antes era erótico cualquiera que tuviera poder, y ahora solo puede tener poder alguien que sea erótico». En este artículo, titulado La dictadura de los guapos, hace una reflexión sobre lo que le llama la atención el hecho de que cada vez los políticos son más guapos, y me ha parecido bastante agudo.

 

No sabía quién era la modelo Emily Ratajkowski hasta que no leí sobre ella en un artículo de Olmos titulado No hay nada tan agradable como que alguien te quiera follar, y en él, con gran derroche de ironía, nos va a comentar un libro que ha publicado esta autora y que se titula precisamente El cuerpo, como esta sección. En este libro Ratajkowski se queja de los problemas que conlleva ser guapa y deseada, pero Olmos reflexiona sobre la idea de que la modelo no consigue darse cuenta de qué ha hecho ella a otras mujeres: «La vida de Ratajkowski consiste en promover la devastadora idea de que no tiene sentido existir siendo mujer si no estás buena y eres millonaria». (pág. 34)

 

En El porno para mujeres era Pedro Sánchez, Olmos nos va a hablar de una cuenta de Twitter, dirigida por una mujer, que cobra por alabar la belleza del presidente, cuando, en otro artículo nos ha dicho, por ejemplo, que el piropo está más perseguido que el insulto, en el caso que este sea de hombre a mujer, aunque sí parece permitido de mujer a hombre. Debería decir desde ya que muchas de las reflexiones de Olmos van en la línea de criticar algunas políticas que tienen que ver con lo que él considera «excesos del feminismo actual», y esto puede resultar algo retrógrado para algunos lectores. En la página 112 Olmos escribe: «La ideología de su autora diría que es la mía: el sentido común». Sin embargo, es cierto que, desde la sutileza y sin ser simple o zafio en ningún momento, sus capones políticos siempre señalan en una misma dirección y se olvidan de la otra, que podría ser también criticable. Sus palabras, en cualquier caso, siempre son interesantes e invitan a la reflexión.

 

Algunas de las ideas que vierte Olmos en los artículos de El amor confluyen con las expresadas en su ensayo Tía buena, como cuando habla de las novias de los futbolistas, o sobre cómo funciona Instagram. Es divertido el artículo en el que critica el poliamor y se titula significativamente El poliamor está bien, pero es mejor el divorcio.

Algunos de los artículos de este libro, además de divertidos también consiguen ser tristes, como el titulado Solteronas, en el que Olmos reflexiona sobre la idea, con la que no está de acuerdo, de que el feminismo invite a las mujeres a vivir y envejecer solas. «Pienso que hay que ser bastante grosero para recomendarle a la gente la soledad». (pág. 133)

También Olmos, gran lector de mujeres, va a hacer comentarios como este: «La poesía española muestra desde hace unas décadas una relación preocupante con las mujeres. Se las publica mucho mientras son jóvenes y, cuando superan los 30 años, desaparecen». (pág. 134)

 

En las dos últimas secciones del libro, Olmos adquiere un tono más intimista. Así, en la tercera parte, titulada Los hijos, el primer artículo, Tener hijos es franquista, tiene este comienzo: «Tener hijos es de pobres y ya solo está bien visto si te cuesta dinero. Es decir, si tenerlos conlleva algún tipo de gasto en inseminación artificial». (pág. 147).

El artículo titulado Elsa Pataky prefirió fregar los platos, en el que se habla de los supuestos renuncios de la actriz española a favor de su marido, es muy divertido. Sin embargo, en esta sección abundan más los detalles vitales costumbristas, como, por ejemplo, la forma en que los padres se van haciendo amigos de otros padres, según cambian las amistades de sus hijos. El artículo El peliculón que los padres se merecían empieza así: «No tener hijos es una ventaja para entregarse a preocupaciones sin importancia. Cada vez que alguien se muestra muy agitado en las redes, y le va la vida en una pequeña polémica cultural o política, deduzco instantáneamente que no tiene hijos pequeños». (pág. 173).

 

Aunque los artículos, como ya he apuntado, me parecen en general agudos e inteligentes, me ha parecido detectar una trampa en uno titulado Gestación subrogada, ¿dónde está el debate?, ya que aquí, mostrándose Olmos en contra de esta práctica, parece indicar que las personas que contratan a una mujer, para que pase su embarazo, al final del proceso le arrebatarán su hijo, cuando técnicamente los óvulos y el esperma pertenecen a la pareja original y el hijo, por tanto, no pertenece biológicamente a la persona embarazada. Más sutil me parece el artículo que habla de los transexuales.

 

Considero que la cuarta parte –El divorcio– es la más divertida, aunque en apariencia pueda parecer la más triste. Son muy divertidas las apreciaciones sobre las aplicaciones de ligue como Tinder, «la crueldad indolora de la tecnología» (pág. 230).

El artículo Cosas que los pobres deberían saber es verdaderamente talentoso. Es un artículo que ya había leído y con el que ganó el primer Premio David Gistau de Periodismo de Opinión.

También es muy divertido el artículo en el que habla de las crisis de masculinidad de los hombres de sesenta años. «Las mujeres no dan estos espectáculos grotescos, ni siquiera siendo diputadas». (pág. 272)

 

En una nota final, Olmos afirmará que este libro «no ha sido escrito sino por casualidad». Lo cierto es que, gracias a su ordenación temática, Tardes tontas con la chica que te gusta acaba siendo un libro bastante coherente. Es un libro, como ya he apuntado, melancólico, pero también agudo y divertido, un libro que interesará a todos aquellos lectores que quieran pasar un buen rato reflexionando sobre algunas de las contradicciones de la vida moderna.

 

domingo, 16 de noviembre de 2025

El ala derecha (Cegador III), por Mircea Cartarescu

 


El ala derecha (Cegador III), de Mircea Cartarescu

Editorial Impedimenta. 518 páginas. 1ª edición de 2007; esta es de 2022

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

 

Ya comenté en la reseña de El ala izquierda (1996) y de El cuerpo (2002) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que me había apetecido leer en el verano de 2025 las 1.500 páginas de su trilogía Cegador. He llegado ya al fin de la tercera parte, que comentaré en esta reseña, y haré aquí un balance final de la obra.

 

La acción de El ala derecha comienza en 1989 (al que Cartarescu define como «el último año del hombre en la Tierra») y, como hilo argumental principal, nos va a hablar de la caída del régimen de Nicolae Ceaușescu y su mujer Elena. Después de una descripción general de la situación del país, en la página 16 llegamos a unas páginas realistas, en las que un Mircea adulto (si la novela es autobiográfica, en 1989, Cartarescu cumplió 33 años) visita a su madre, y esta se queja ante él del desabastecimiento de alimentos de los mercados, en los que pierde muchas horas haciendo colas. Cartarescu cede la voz narrativa al personaje de la madre, y esta, en un largo monólogo, pondrá al lector al corriente de cómo se ha deteriorado la situación social de Rumanía en ese año de 1989.

Cartarescu retomará aquí algún hilo narrativo de El cuerpo y nos contará que la securitate requisó su manuscrito (que debería ser el texto que el lector tiene entre manos, al que se sigue refiriendo como «libro ilegible») que le había dejado a su vecino y amigo Herman para que se lo comentase. La securitate no detendrá a Cartarescu por disidencia política, pero sí lo internará en un manicomio. Imagino que esto no ocurrió en la realidad, sino que es uno de esos momentos narrativos en los que Cartarescu hace ficción sobre la base de su propia vida. Esta situación dará pie a que la madre de Mircea pueda leer el manuscrito y que confronte con su hijo detalles del libro que este ha escrito, o sigue escribiendo, porque Cartarescu siempre habla de su libro como un libro sin fin, como que tiene una mancha en el muslo que parece una mariposa, y que el lector conoce por El ala izquierda. Esta idea de los personajes del libro comentando con el autor, que también es otro personaje del libro, lo que ha escrito sobre ellos, me ha parecido interesante. Me ha hecho pensar en Niebla de Miguel de Unamuno.

 

En la página 52, Cartarescu escribe «No» en nueve renglones, hecho que me ha recordado al «¡Socorro!» que, más tarde, en Solenoide se va a arrastrar, repitiéndolo, durante varias páginas.

 

A las páginas realistas en la que se habla de la situación de Rumanía en 1989, van a seguir varias descripciones de sueños que, como en los otros volúmenes de la trilogía, me han resultado excesivas y me han sacado un tanto de la novela. En estos sueños, Mircea va a poder volar, lo que refuerza la idea de identificarse con una mariposa en la narración. Sobre el significado simbólico de la idea de la mariposa, escribirá lo siguiente en la página 142: «Como si todos nosotros, los elegidos para juzgar un día a los ángeles, viviéramos aquí, en la tierra, una trágica metamorfosis inversa: de perezosos lepidópteros navegando por mares de iridio en el umbral de nuestra juventud, nos transformamos en orugas, en lombrices, en gusanos ciegos, en miriápodos y en escolopendras, supuramos babas impotentes a través de nuestra vieja piel, vencida, a través de las miles de heridas de nuestro desagradable cuerpo. Mariposas con ojos de niño en unas alas colosales, nos mezclamos volando con las nubes y con la Divinidad, hasta que de repente nuestras alas se incendian en el aire, se gangrenan por el roce de las cosas, y de todo ello queda tan solo el cuerpo que se arrastra por el suelo transportando con dificultad los cientos de segmentos llenos de huevos nacarados, los martirizantes corpúsculos del recuerdo.»

 

Los capítulos en los que se habla de 1989 y el fin de Ceaușescu se van intercalando con otros, en los que Cartarescu nos habla de su infancia más remota, de episodios anteriores a lo contado en El cuerpo, que se remontaba a los ocho años, más o menos. Ahora nos habla de los cuatro años, y vuelve a momentos con sus padres de los que ya nos ha hablado, pero ahora lo hará desde otra perspectiva y con nuevas capas. Ya he contado en la reseña anterior, la de El cuerpo, que la literatura de Cartarescu en estos libros es una literatura fractal, que, de forma insistente, vuelve sobre sí misma, avanzando en el tiempo y retrocediendo, para contar los mismos acontecimientos desde perspectivas diferentes. Hay aquí unas páginas bellas acerca de la mirada mágica del niño sobre el mundo que está vislumbrado por primera vez y que no acaba de comprender. Unas páginas que me han recordado a algunas de Llámalo sueño, del escritor judío estadounidense Henry Roth.

 

En la página 99 volvemos a 1989 y la narración se centra en los acontecimientos históricos; «¿Qué está pasando? ¿Qué demonios está pasando? ¿Cuarenta mil muertos en Timisoara? ¿Tanques? ¿Armas automáticas contra los manifestantes?» He buscado información en internet, y los muertos parece que fueron alrededor de cien y no cuarenta mil, pero imagino que esas cifras se pudieron oír en la calle en un momento de confusión y desinformación. Sobre el tema de las revueltas de diciembre de 1989, cuando Ceaușescu y su mujer Elena tuvieron que huir en helicóptero de la capital, me ha gustado el recurso (como ya se ha hecho en este libro con el discurso oral de la madre) de cederle la voz narrativa a algunos personajes. Así vuelve a aparecer Ionel, el securitate que ya apareció en El ala izquierda y tenía como misión vigilar los movimientos de los circos ambulantes, y que vuelve a aparecer en El cuerpo, y ayuda a la madre de Mircea cuando la securitate piensa que los bordados que hace en las alfombras con las que trabaja contienen mensajes subversivos. Ionel es un antiguo amigo de la familia. Me gusta una escena en la que Ionel está disfrazado, como securitate secreta, en la plaza de Timisoara, observando qué ocurre con los manifestantes, y reconoce a Mircea entre la multitud. El discurso de Ionel nos mostrará cómo ve él al hijo de la mujer que le gustó en el pasado, como a un tipo raro, un excéntrico. El mismo Mircea, que parece verse arrastrado por los acontecimientos históricos sin pretenderlo y sin mucho entusiasmo, acabará diciendo: «¿Qué es para mí Timisoara? ¿Qué tengo yo que ver con todo esto? Nunca he entendido qué es ese garabato obsceno en una pared, llamado historia. Leyes, revoluciones, guerras, campañas. Pero una sola letra de mi manuscrito es más real que todo eso.» (pág. 100)

 

Mientras los acontecimientos históricos estallan en Bucarest, Mircea también va a visitar a su amigo Herman al hospital. Los médicos han detectados que un feto humano está creciendo dentro de su cerebro. Como ya sabemos, los temas orgánicos y las deformidades son muy importantes en el imaginario del autor. Solei, la extraña chica transparente, que Herman conoció y de cuya existencia supimos en El cuerpo, ha dejado embarazado a Herman.

 

Muchos de los acontecimientos principales que se narran en este libro ocurren en diciembre de 1989 y Cartarescu, más que en otros de sus libros, destaca en ese la importancia del clima, insistiendo en mostrarnos un Bucarest gélido y en el que parece no cesar de nevar.

 

En la página 167 ocurre algo curioso: el narrador reflexiona sobre la escritura de su propio manuscrito, algo que no ha sido infrecuente en esta trilogía, pero en este caso parece desdoblarse en dos: «Me detengo ante la gigantesca ventana en la que Tú has dibujado Bucarest con Tu propio dedo (pues estas líneas las escribes Tú, estas líneas en las que me obligas a detenerme ante el Bucarest nevado de la ventana y a ver el bloque que Tú colocas en el foco de mi mirada, y a llorar lágrimas que Tú haces rodar por mi rostro cuando escribes, en tu hipermundo, “él llora”.» En El ala derecha, Cartarescu volverá a incidir en esta idea del doble, porque volverá a comparecer aquí Víctor, su gemelo que fue robado de bebé y que tal vez –como supimos en El cuerpo– esté en Ámsterdam.

 

«Quiero seguir escribiendo sobre mis cavernas interiores, sobre mis alucinaciones más verdaderas que el mundo, sobre Desiderio Monsú, el pintor bicéfalo de las ruinas, sobre Cedric y sobre Maarten y sobre el noble polaco y sobre estatuas y sobre los Conocedores, pero la alucinación se ha desbordado estos días y ha llenado el mundo, cada vez me cuesta más saber en qué parte de cada página de mi manuscrito me encuentro, como si cada hoja fuera un espejo en cuya superficie se unen dos mundo con el mismo derecho a llamarse “reales”.», leemos en la página 174, donde Cartarescu hace un recopilatorio de personajes imaginados que ha creado en las otras partes de su obra. Aunque habría que añadir que estas historias, en gran medida, han quedado inconclusas y descolgadas del cuerpo principal de la historia.

 

Hacia el ecuador de El ala izquierda existe una narración de casi 50 páginas –desde la página 292 hasta la 340– que no tiene que ver con lo contado hasta ahora y que nos lleva hasta las orillas del lago Como. Aquí se nos presentará a Witold, un noble de Galitzia. Como ya ha ocurrido en otras ocasiones, a lo largo de esta trilogía, y he observado con atención para ver si ocurría aquí, Cartarescu nos presenta a un personaje, nos habla de él, y al final este personaje tendrá que atravesar un edificio, o cueva, de grandes dimensiones lovecraftianas, para enfrentarse a una recargada escena final de terror. Cartarescu describe las escenas con gran maestría, pero no hay en estas historias interacción ni evolución de los personajes, ni se presentan tramas que interesen al lector, ni lo contado guarda relación la historia principal, salvo de algún modo remoto o azaroso, como contar que Witold es un pariente lejano de Cartarescu, o que aparecen de refilón algunos personajes ya conocidos como Cedric o el Albino. Como ya me ha ocurrido otras veces, estas historias dentro de la novela me suponen un bache lector dentro de un conjunto de un alto nivel.

 

Después pasaremos a algunas páginas interesantes sobre la débil relación de Mircea con su padre o volveremos otra vez al tema del Médevil, que como ya conté era uno de los relatos de Nostalgia y que aparecía en El cuerpo. En este caso, el Mendevil será el protagonista de una historia casi de terror y abusos en la infancia. Sin embargo, Cartarescu decide intercalar la historia del Mendevil con historias bíblicas sobre Moisés, haciendo que la historia principal pierda fuerza y se disperse.

 

Descubro en el tramo final de la novela que un personaje que limpiaba las estatuas en Bucarest en El ala izquierda es en realidad el mismo Ionel de la Securitate. De nuevo volverá aquí la obsesión de Cartarescu por las estatuas.

Siguiendo con el tema de la caída de Ceaușescu se describirá el asalto de los ciudadanos a La Casa del Pueblo, en unas escenas que me han recordado a las descritas por Gabriel García Márquez en El otoño del patriarca.

 

En definitiva, como ya he apuntado en las otras reseñas de esta trilogía, me sigue pareciendo que Cartarescu crea en El ala derecha páginas de gran literatura, pero su ambición, a veces, le hace cometer algunos excesos que consiguen sacar al lector de la propuesta durante un número no desdeñable de páginas. Como me ha ocurrido anteriormente, las páginas más realistas, en las que describe el Bucarest de 1989 y la caída de Ceaușescu, junto con el nuevo recurso de ceder la voz narrativa a algunos personajes, me han resultado las mejores partes de la novela. Y, como en otras ocasiones, las desviaciones, los relatos que no acaban de conducir a ninguna parte, me han resultado excesivas.

 

Solenoide, la siguiente novela de Cartarescu, se publicó en 2015, ocho años después de El ala derecha, y teniendo una ambición pareja a Cegador creo que es una obra más conseguida. Quizás fue el editor de Cartarescu, la crítica, el público o él mismo quien se dio cuenta de por qué caminos debía transitar su literatura y por cuáles no y le hizo reflexionar. En Solenoide Cartarescu escribió una historia tan imaginativa como la de Cegador, usando como material de base su propia vida, pero se mantuvo más centrado en su propuesta y no se fue tanto por unas ramas narrativas que, en muchos casos, no acaban de conducir a ninguna parte. Algún crítico rumano llegó a decir que Cartarescu es un buen escritor, pero no un buen novelista. Es cierto que en una novela convencional las desviaciones del tema principal de Cegador no tendrían mucho sentido, y que Cartarescu da vueltas y vueltas a la descripción de las mismas escenas, pero también es cierto que Catarescu es un autor que está consiguiendo crear un mundo propio, con unas obsesiones perfectamente identificables. Obsesiones que parten de su admiración por algunos clásicos, como Kafka, Borges o Lovecraft, pero que consiguen tener su toque de transformación personal

Cegador es una gran novela, a la que le sobran páginas; una gran novela repleta de ambición, de aciertos y también de excesos.

 

domingo, 9 de noviembre de 2025

El cuerpo (Cegador II), de Mircea Cartarescu

 


El cuerpo (Cegador II), de Mircea Cartarescu

Editorial Impedimenta. 518 páginas. 1ª edición de 2002; esta es de 2020

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

 

Ya comenté en la reseña de El ala izquierda (1996) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que me había apetecido leer en el verano de 2025 las 1.500 páginas de su trilogía Cegador. Acabé diciendo en la reseña de Cegador I, que El ala izquierda, pese a sus grandísimas páginas, llenas de aciertos literarios, también tenía algunas otras que me resultaron excesivas, por su grandilocuencia cósmica. Y que, especialmente, las 40 páginas finales del primer libro quedaban un tanto desunidas a su discurso principal, y se hacían algo pesadas. Ya dije que había sacado los tres tomos de la biblioteca de Ciudad lineal, en Madrid, que me queda cerca de casa, y me parece significativo señalar que, antes de mi préstamo, Cegador I había sido tomado en préstamo trece veces, y Cegador II y III solo dos veces cada volumen. Me parece una pérdida importante de lectores. Imagino que los lectores de Cegador I, como yo, venían de leer libros como Nostalgia y Solenoide y, con el entusiasmo generado por estas obras, abordaron la lectura de Cegador I. Imagino que a un número importante de estos lectores, la propuesta de Cegador I les resultó algo excesiva y no se acercaron, unos años más tarde, a Cegador II. He buscado en la página web de Impedimenta y no encuentro la información sobre el número de ediciones que lleva cada libro. Según Grok –la IA de Twitter– cada libro de Cegador ha tenido una sola edición, pero no sé si fiarme mucho de Grok.

 

En el primer capítulo de El cuerpo, Cartarescu insiste en su idea de «libro ilegible» (pág. 16) y en aseveraciones como: «el pasado lo es todo, y el futuro, nada» (pág. 12). El capítulo dos vuelve a un tono más realista y nos habla del tiempo en el que vivió en el bloque de viviendas Uranus. En estas páginas hace referencia a temas de los que ya habló en El ala izquierda, como el de su parálisis facial. Cartarescu empieza a desarrollar los mismos temas en El cuerpo que en El ala izquierda: el pasado, como un lugar pantanoso, repleto de metáforas orgánicas, las mariposas, como metáfora del cambio; los arácnidos, como símbolos del horror; las pesadillas a las que debe enfrentarse por la noche, como parte de la experiencia humana. No lo hice en la reseña de El ala izquierda y creo que es importante que lo haga ya aquí: debería hablar del concepto de «literatura fractal», que es un asunto del que el propio Cartarescu suele hablar en su texto. La literatura fractal de Cartarescu propone formas narrativas que se van repitiendo en su libro y temas sobre los que se retorna, sin que el avance cronológico sea claro. Es decir, en El cuerpo, al igual que ya hizo en El ala izquierda, Cartarescu va a volver a hablarnos de sus padres (aunque sobre todo de su madre) y algunas de las historias que va a contar van a ser las mismas, pero ahora va a expandir de ellas otros detalles, o las va a contar desde perspectivas nuevas que, incluso, pueden contradecirse con lo ya contado. En El ala izquierda la madre tuvo un trabajo en el que doblaba alambres y en El cuerpo trabaja haciendo alfombras y no se habla nada de los alambres. Puede que la información no sea contradictoria, sino, simplemente, que se hable de dos momentos vitales diferentes de la madre. «Como estaba, en cada instante de mi vida, mirando siempre a mi madre, girando en torno a ella como la luna, mi madre era de hecho el único núcleo de mi vida.» (pág. 38)

Aquí también, en esta primera parte, se hablará de nuevo de la historia mítica del pueblo de los abuelos de Mircea y de su viaje europeo, desde Bulgaria a Rumania. Y aparecerá un nuevo personaje: un capitán de ejército, destinado en Bucarest, y que ha de dejar a su mujer y su hijo en el pueblo. Acabaremos sabiendo que este militar es el bisabuelo de Mircea. El capitán acabará viviendo alguna historia fantástica en Bucarest. «El hombre vestido de granate, el hombre con mis ojos, yo mismo hace tres vidas.» (pág. 75)

 

En la página 133 ocurre algo curioso. Ya he apuntado, en la reseña de Cegador I, que esta trilogía está llena de reflexiones metanarrativas, y en esta página 133 leemos: «Ahora que estoy en mi casa, donde no me he sentado ante mi escritorio desde los diecinueve años, creo que ha llegado el momento de aceptar una bocanada de realidad. Unas cuantas páginas de realidad y después espero –¡espero!– que se me permita sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vida». A partir de aquí, se desarrolla la parte que más me gusta de la novela, esa en la que Cartarescu evoca su pasado, manteniéndose durante muchas páginas, en los parámetros del realismo evocador, que se rompe, solo a veces, con algún pequeño detalle de lo que podríamos llamar «realismo mágico rumano». De este modo, Cartarescu pasará a hacer una crítica más abierta que otras veces a la dictadura comunista de Ceaușescu. De este modo, sabré que a las mujeres, durante la dictadura, las hacían una revisión ginecológica cada tres meses, con el fin de que las que estuvieran embarazadas no pudieran abortar y también para abroncar a las que no lo estaban. Me doy cuenta de que este tipo de detalles sobre el tiempo vital de Cartarescu en la Rumanía que le tocó vivir me interesan mucho más que cuando se pone a hablar, por ejemplo, del tiempo, las membranas y los chakras de un modo solipcista y grandilocuente. Estas últimas páginas de las que hablo son, para mí, las peores de los dos libros que llevo leídos de la trilogía.

Cartarescu dedicará muchas páginas aquí a recordar a su madre y a la relación que tenía con ella de niño. La madre empezará a trabajar tejiendo alfombras en casa, con cada vez diseños más barrocos y exagerados. Siguiendo otro de los recursos recurrentes de Cartarescu, se nos describirán las figuras que aparecen en las alfombras como si de un Aleph borgiano se tratase. Incluso la palabra «cegador» acabará apareciendo en una alfombra, que –en el mundo de Cartarescu– es equivalente a hablar de lo indecible o lo indescriptible. Todas estas imágenes de las alfombras harán sospechas a la seguridad de Cartarescu y la madre acabará detenida. Se librará de más problemas gracias a la intervención del «tío Ionel», que ya apareció en Cegador I. Era el inspector de la seguridad que se encargaba de analizar los recorridos de los circos ambulantes de Rumanía, tratando de encontrar algún patrón; detrás del cual presentía algún tipo de amenaza. En realidad Ionel no es el tío de Mircea, sino un amigo o, más bien, conocido de Coster, el padre.

 

Cartarescu también nos va a hablar en El cuerpo de Herman, que era un vecino que vivía en el último piso de la calle Stephan cel Mare y que ya apareció también en El ala izquierda. Un nuevo fractal se abre en la novela. Herman era un borracho que no acababa de ser nunca desagradable y que sabía bastante de religión y filosofía. El Cartarescu adulto le va a dejar a Herman su manuscrito (su «libro ilegible») para que lo lea y le comente. Herman, por su parte, le hablará de su amor por Solei, una joven de extrañas características físicas. También nos contará la historia, entre real y fantástica, de cómo Herman le salvó la vida.

 

Coster, el padre de Mircea, pasará de ser cerrajero a periodista, cuando la gente del partido vea en él cualidades. Esto hará que el niño Mircea se sienta orgulloso y quiera escribir él también.

En este cuerpo central de la historia, en el que Cartarescu nos habla de su infancia y el tono es más realista, nos acabará hablando de algo tan mundano como del matón de su clase. Y de sus experiencias como pionero, una especie de cuerpo de boy scouts de los países comunistas.

En la forma también se produce un cambio significativo en El cuerpo. Durante bastantes páginas el narrador deja la primera persona y se decanta por la tercera, hablando de la vida del niño Mircea como si se tratase de un personaje ajeno a él.

 

De nuevo aparecerá Ionel, el policía de seguridad, que se encontrará con la familia Cartarescu en el circo, tres años antes de que empiece la misión de perseguir circos ambulantes, de la que se habla en El ala izquierda. Un nuevo agujero se abre en la novela: Cartarescu nos va a hablar de la vida de algunos de los artistas del circo, como del indio Vanaprashata, que una tarde, debajo de una higuera, conoció la iluminación. Ya sé que esta es la apuesta del autor: hablar libremente de su vida y de la de su familia y, de vez en cuando, añadir la historia de otros personajes, como si se tratase de relatos añadidos a la narración, pero lo cierto es que a mí, pasajes como este, cuando habla de forma fantástica de los personajes del circo, consiguen que me vaya del hilo central de la narración y que estas páginas me gusten menos.

 

Un tema que me ha parecido muy interesante y que quiero resaltarlo es que Cartarescu nos habla en estas páginas del Mendébil, un niño que fue a vivir al barrio y que se mudó no mucho después. El Mendébil era uno de los cuentos incluidos en el libro Nostalgia.

También, como en Solenoide, aparece en El cuerpo el miedo al dentista con sus aparatos de tortura.

 

La tercera parte del libro comenzará siendo narrada en segunda persona. Y aparecerá aquí un personaje curioso, Víctor, un supuesto hermano gemelo de Mircea, que fue robado de bebé. También se nos hablará de Coca, una vecina –joven prostituta– de los Cartarescu, que puede ser la que robó a Víctor, y que acabará en Ámsterdam.

Gran parte de lo contado en esta tercera parte (las últimas 120 páginas del libro) trasladan la acción a Ámsterdam, donde nos encontraremos de nuevo con la fascinación de Cartarescu por las estatuas y, en este caso, por las personas que trabajan en la calle haciendo de estatuas humanas. De nuevo, hará su aparición aquí Cedric, el negro de Nueva Orleans, que conoció a la madre de Mircea y a su tía en la Bucarest de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. También se nos va a contar la historia del holandés Maarten que, en más de un capítulo, funciona como un cuento, que empieza siendo de corte realista y acaba siendo fantástico.

Si bien en Solenoide conocíamos a una secta llamada «Los Piquetistas», que organizaba manifestaciones nocturnas en cementerios y en la morgue, en esta tercera parte de El cuerpo vamos a descubrir a «Los Conocedores», personajes que buscan al autor que los escribió, lo que parece un homenaje al teatro de Luigi Pirandello.

En las últimas páginas de El cuerpo, Cartarescu volverá a hacer algunas reflexiones generales sobre su idea del universo, las dos dimensiones, del espacio, las tres, la cuarta dimensión y los chakras, que, como me ha ocurrió en la primera parte, considero un tanto fuera de la narración.

 

Diría que El cuerpo, sobre todo en su parte central, cuando Cartarescu nos habla de su infancia, los niños de su barrio, sus padres, la policía secreta… y, más o menos, se mantiene dentro del realismo, con pequeñas pinceladas de «realismo mágico rumano», me parece un gran libro. En esta segunda parte hay menos páginas grandilocuentes, en las que Cartarescu elucubra sobre el Universo, el tiempo, la divinidad y los chakras… y esto se agradece. Es posible que el editor rumano hablara con él y le dijera que quizás tenía que controlar más ese tema en la segunda parte, o es posible que el propio Cartarescu se diese cuenta de ello, aunque como señalé en la cita que he comentado («Ahora que estoy en mi casa, donde no me he sentado ante mi escritorio desde los diecinueve años, creo que ha llegado el momento de aceptar una bocanada de realidad. Unas cuantas páginas de realidad y después espero –¡espero!– que se me permita sumergirme, una y otra vez, en eso que he llamado siempre mi verdad, mi manuscrito o mi vida».) parece que hace un relato realista como resignado, como haciendo una concesión al lector.

 

Entiendo el reto posmoderno que se propone hacer Cartarescu en Cegador, pero algunas de sus páginas, como esas en las que habla de los artistas del circo, y les da entidad de relato, han conseguido sacarme algo de la historia. Tampoco me ha entusiasmado demasiado la última parte, en la que la narración se traslada a Ámsterdam, y vuelve a aparecer Cedric como personaje. Creo que yo hubiera preferido que Cartarescu hubiera tomado la decisión de convertir la historia de este personaje en otra novela, fuera de Cegador, porque no le acabo de ver demasiada relación con la novela que quería contarnos, y que sea esta la narración que le atañe las cien últimas páginas al libro me parece una decisión arriesgada.

Ya estoy con El ala derecha, Cegador III. Ya la comentaré.